Manos Unidas, organización de la Iglesia Católica, ha celebrado el domingo 11 la campaña contra el hambre. Sí, en el mundo hay hambre, y de ahí los flujos migratorios desesperados. Encima, antes los pobres no tenían televisión, pero ahora en las mesas del Tercer Mundo hay más rayos catódicos que trigo, maíz o arroz.
Ahora bien, a lo alargo de a historia de la humanidad han existido bolsas de hambre. Eso no es nuevo, como no lo es casi ningún problema económico. En economía, nada hay nuevo bajo el sol. Pero me atrevo a apuntar una excepción: la sobreabundancia. Por vez primera, el gran problema económico de la humanidad no de de abundancia, sino de carestía. Los augures del ‘boom’ demográfico –o sea, la progresía de los años 70 y 80 del pasado siglo- ya ni se atreven a abrir la boca, porque lo que sobran son alimentos. Por eso, como ya no pueden angustiarse con lo que se ha demostrado falso, se han inventado lo del cambio climático, que produce el mismo pánico telúrico que el de la bomba demográfica y las turbamultas hambrientas pegándose por un pedazo de paz.
El gran problema de la Unión Europea es que no sabe qué hacer con sus excedentes alimentarios, mientras paga a sus agricultores, ganaderos y pescadores para que produzcan menos, o simplemente para que cuelguen sus aperos y no den golpe. Al tiempo, ni cambio climático ni tontería por el estilo : los países en desarrollo producen cada día más y mejores alimentos… peor no les dejan venderlos en Occidente. La política agraria común (PAC) y las norteamericanas Farm Act son normativas realmente asesinas, culpables del hambre en el mundo. Desde luego, el planeta no es culpable de nada: la tierra puede alimentar a decenas de humanidades como la de hoy. Pero la gente se sigue muriendo de hambre. No porque seamos muchos, que no lo somos, sino por la codicia y comodidad del mundo rico. Se hacen así realidad las palabras de que “no sólo de pan vive el hombre”. En efecto, el hombre necesita, además, justicia. Por muchas razones, pero nos basa con una: si no hay justicia, acaba por faltar el pan.
Y ese mismo mundo, para mayor injuria, es el mismo que paga por destruir alimentos y que ofrece la anorexia como monumento a su propio hartazgo y a su propio hastío.
No pasaría nada por instaurar la ‘excepción alimentaria’. Lo de la excepción cultural es, ciertamente, una tontuna francesa, pero la excepción alimentaria conllevaría la necesidad de levantar todo tipo de fronteras ala libe circulación de mercancías y la supresión total de las subvenciones agrícolas. Aranceles contingentes y subvenciones para cualquier producto, menos para los alimentos.
Eulogio López
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